El misterio de la casa Aranda (Serie Víctor Ros nº1)

17 junio, 2017
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17 junio, 2017 Pedro Martí

Debo de ser el único murcianico que no se había adentrado todavía en los misterios del popular detective creado por el escritor autóctono Jerónimo Tristante. Sí, ya lo sé. Deberían pasearme como a cierta leona por las calles de la ciudad, desnudo y con una campanita, gritando “Shame! Shame!”

Pero una cosa es digo, zagales: Nunca es tarde.

Jerónimo Tristante nació en Murcia el año en que el hombre pisó la luna. Es un novelista español que tras estudiar Biología, decidió enseñársela a los chavales —la Biología, por Dios, qué mentes más sucias tenéis—. Tras la publicación del libro de poemas Amanece en verde, publica en 2001 su primera novela, Crónica de Jufré. Se trata de un autor de fama internacional, puesto que ya ha sido traducido al italiano, al francés y al polaco, entre otros. Ahí es na.

No, Jero, no digas patata, ¿vale? Mejor pon cara de escritor.

Toda saga que se precie ha de tener un comienzo singular, ¿verdad? No me gusta cuando el primer libro de una saga es un poquito descafeinado. Cuando esto pasa me parece que el autor busca con premeditación, nocturnidad y alevosía hacer algo “bueno” pero que pueda superar sin problemas en una segunda entrega. Me parece un gran error. La dificultad de lograr mover una saga de librería en librería con éxito, precisamente consiste según creo yo, en crear un producto diferenciado, bien ideado, y con el listón lo suficientemente alto como para que parezca impensable que el autor pueda, como mínimo, repetir la proeza en una segunda entrega. En este sentido estoy muy contento con el listón impuesto por Jerónimo —palabra de lector asiduo de novela negra y de misterio puntilloso como pocos—.

Pero detengámonos en seco y permitidme ser recurrente y parafrasear al amigo Jackie: vayamos por partes.

Aquí tenéis la sinopsis de “El misterio de la casa Aranda” (Víctor Ros nº1)

Víctor Ros es un joven policía dotado de una astucia adquirida durante años de delincuencia en las calles del Madrid de finales del siglo XIX. Tras una estancia en la ciudad de Oviedo, regresa a Madrid para convertirse en subinspector de una nueva brigada creada para luchar contra el crimen. De la mano de Alberto Aldanza, excéntrico dandi que le inicia en los métodos de investigación científica, tiene que enfrentarse a dos casos: el de una casa cuyas inquilinas, en épocas diferentes, matan o intentan matar a sus maridos tras la lectura de «La divina comedia», y los crueles asesinatos de varias prostitutas que él decide investigar por su cuenta. Víctor recorrerá el Madrid de los salones de la alta sociedad y de las tertulias de los cafés, se impregnará del clima social y político de la época y se convertirá en un experto investigador gracias a las lecciones de Aldanza. Pero las enseñanzas tendrán un precio y Víctor sólo se dará cuenta de ello cuando logre resolver los dos casos.

No hay que ser Sherlock Holmes (del que luego hablaremos largo y tendido) para darse cuenta de las principales virtudes que aúna Tristante como escritor:

Nada más leer dos páginas queda patente que el autor ha llevado a cabo una rigurosa documentación histórica. A veces nos encontramos con novelas que tienen un lenguaje que no es propio de esa época. No puedo imaginarme al inspector Giralt hablando como lo hacen Alfredo y Víctor Ros, con esos dejes y expresiones típicos de un castellano más antiguo. A veces los escritores de novela negra contemporánea tratan de incluir por la fuerza epítetos en sus escritos, o expresiones que un policía actual nunca utilizaría, con la vana intención de demostrar un dominio de la parte lírica del relato que quizás no sea necesario en este tipo de obras porque no hacen sino entorpecer el ritmo. Este problema no atañe a Jerónimo, que nos da una cantidad de fieles muestras del lenguaje del XIX, y no solo eso, sino la manera de pensar de aquella sociedad descaradamente machista, en la que existía un verdadero abismo entre las clases pudientes y las más desfavorecidas.

A mí no suelen gustarme las novelas con ambientación histórica, pero Jerónimo ha sabido encontrar el equilibrio perfecto entre descripción y acción, para conseguir trasladarme al Madrid de las berlinas y las fiestas aristocráticas sin que las descripciones del entorno, del mobiliario o de la arquitectura, lleguen a resultarme tediosas —como sí sucede en muchas novelas, en las que acabo saltándome páginas buscando la rayita que indica que comienza el diálogo—. Estoy convencido de que este equilibrio y este buen hacer en la ambientación no es accidental, sino todo lo contrario, algo muy estudiado.

Tristante nunca quiere romper el ritmo de la historia, y consigue controlar ese ego que todos tenemos dentro en pos de darle fluidez a la trama. Los puentes entre escenas son rápidos y diferentes entre sí, lo cual es difícil de lograr. Algunas frases están construidas con un estilo más recargado y preciosista, pero siempre está completamente justificado por el lenguaje de la época, por el momento de la trama en el que las encontramos, y porque NUNCA entorpecen el ritmo de la narración. Para muestra un botón:

“Despertó sobresaltado. No sabía dónde estaba. La débil luz de una lámpara de gas le hizo sentirse invadido por una desagradable sensación de irrealidad.”

El escritor, en este caso —como yo opino que debería de ocurrir SIEMPRE— sabe que el éxito de su obra pasa porque el lector quiera seguir leyendo. Hay gente que considera esta búsqueda del “page turning” como algo negativo, pero yo soy de la opinión de que si no aspiras a que los lectores se lean tu libro en dos días quedándose despiertos hasta las dos de la mañana, mejor escribe un diario. (Llegados a este punto Pedro Martí se levantó, dejó el portátil unos segundos, se tomó una tila y paseó a su perro)

Jerónimo se siente increíblemente cómodo en la planificación de los ritmos del misterio y de la intriga. Además, los casos son bastante sólidos y todas las preguntas quedan resueltas al final de la novela. El lector puede hacer sus conjeturas, y por supuesto quiere avanzar en la trama para ver si se cumple su apuesta y el culpable era quien había pensado que sería. Muchas veces se denosta sistemáticamente esta literatura «para todos» sin saber lo complejo que es hacer que lectores, cuyo género favorito puede no ser el misterio, se queden prendados a tu novela como si estuviesen consumiendo algún tipo de opiáceo.

No voy a hacer spoilers —Ya sabéis que en ocasiones he llegado a retirar la palabra por reventarme la trama de alguna serie. Alguna serie con tronos y dragones—, pero diré que al final del libro encontraremos ese clásico y diabólico giro final que, con todo el sentido del mundo, sin adolecer de artificialidad, te deja “con el culo torcío”. Y eso, es digno de admirar, porque esa revelación resulta devastadora y llega incluso a eclipsar los misterios que el bueno de Víctor investiga.

Y ahora lo prometido es deuda.

Leyendo las peripecias de Víctor Ros me he sentido más joven. No es que mientras leyese haya tomado bayas de Goji o me haya echado baba de caracol en la jeta, es que Jerónimo ha conseguido, como ninguna otra novela en la última década, llevarme de nuevo a Baker Street.

Víctor comparte muchos rasgos con el menor de los hermanos Holmes:

Ambos son extremadamente inteligentes, observadores. Ros deduce a partir del método holmesiano consistente en descartar aquello que es imposible. Ambos son hombres de ciencia, y en este sentido hay varios homenajes al popular detective londinense —como es el es estudio de las cenizas, del deterioro de los órganos, tejidos y huesos—.

Ros es también un súper-detective, prácticamente omnisciente, capaz de dibujar en su mente una compleja situación mientras el resto de su compañeros, cual Lestrade, le miran perplejos. Es por tanto uno de esos sabuesos que chirriarían en la novela negra más actual, pero que cuadran perfectamente en este tipo de novelas de misterio. Ha sido particularmente evocador ver como Ros resolvía el caso exponiéndolo ante los implicados, al más puro estilo Conan Doyle o Agatha Christie. También tiene Víctor un gusto por la teatralidad y el engaño, y podemos ver a lo largo de la novela cómo coloca hábilmente trampas para los sospechosos a fin de extraer información de sus reacciones.

No obstante, parecerse tanto al que para mí es el mejor personaje literario jamás creado, es un peligro, y sin duda un arma de doble filo. Antes os comenté que un producto tiene que ser original y diferenciado… Entonces, ¿puede Víctor Ros distanciarse lo suficiente de Sherlock como para ser un detective genuino?

Sin ningún género de duda (de otro modo no habrían hecho una serie de televisión basada en él)

Sherlock era un hombre sarcástico, drogadicto, misógino, egocéntrico, y que no estaba en absoluto preocupado por la sociedad londinense.

Ros sin embargo es más empático. Es un tipo idealista, que sabe que no es perfecto, y que fruto de sus errores y de un exceso de confianza ha sufrido pérdidas que le han hecho sentir profundamente miserable. Además, el fin último de Víctor es hacer del mundo un lugar mejor, poniendo su intelecto al servicio de la sociedad. Es mucho más reflexivo, enamoradizo, noble, y con un gran sentido ético. Como personaje, es por tanto más profundo y verosímil que el señor Holmes.

Voy a ir terminando, que me estoy alargando demasiado y la pizza en el horno empieza a oler a quemado.

Os recomiendo que, si no lo habéis hecho ya, leáis las aventuras de este detective. Jerónimo Tristante ha conseguido crear algo diferente, nuevo, pero al mismo tiempo evocador. Se trata de un libro que se lee en seguida, que te atrapa irremediablemente y que cumple con todos los objetivos que el autor se planteó.

Echadle un ojico. Yo ya estoy deseando saber qué pasa con Víctor Ros en el siguiente.

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